¿Qué es el Helicobacter pylori?
El Helicobacter pylori (H. pylori) es un tipo de bacteria (gram negativa) que puede vivir en el tubo digestivo de ciertas personas (se estima que en dos tercios de la población) y que puede llegar a causar problemas leves como acidez, reflujo e hinchazón o más graves como gastritis, úlceras e incluso cáncer de estómago. Sin embargo, lo más habitual es tenerlo y no presentar síntomas de ningún tipo (fuente), como sucede con la Candida albicans, una levadura que forma parte de nuestra microbiota natural pero puede llegar a proliferar y causar problemas.
El H. pylori fue descubierto en 1982 como responsable de la mayoría de gastritis y de úlceras gastroduodenales (estómago y duodeno, la parte superior del intestino delgado), y de hecho sus descubridores, Barry J. Marshall y J. Robin Warren, ganaron el premio Nobel de medicina en el 2005. A día de hoy, los otros responsables más habituales de estas patologías suelen ser los AINE o antiinflamatorios no esteroideos: ácido acetilsalicílico (Aspirina®), ibuprofeno, indometacina, diclofenaco, piroxicam…
¿Cómo te puedes infectar?
En el estómago los altos niveles de acidez (pH muy bajo) son un mecanismo natural que ayuda a mantener a raya los microorganismos patógenos y a facilitar la digestión. Si la acidez baja (hipoclorhidria), pueden producirse infecciones y déficits nutricionales derivados de malas digestiones.
Ciertas teorías sugieren que hasta el siglo pasado, prácticamente todos los seres humanos portábamos alguna especie de este grupo de bacterias en el estómago, y que solíamos infectarnos en los primeros años de vida, cuando más contacto hay con la suciedad. Con los avances socioeconómicos, saneamiento, higiene, medicamentos… cada vez menos personas adquieren esta bacteria (estudio) “de manera natural” en la infancia. De hecho, los porcentajes de población infectada son muchos mayores en África (70%) o Sudamérica (69%) que en Estados Unidos (37%), Europa occidental (34%) o Australia (25%). Además, las personas mayores de 60 años tienen más riesgo de infección (estudio), y es lógico si pensamos que la producción de ácido clorhídrico decae según envejecemos.
El problema viene cuando los niveles de acidez del estómago se ven alterados (medicamentos, antiácidos, tóxicos, alimentación, estrés…) y se producen situaciones de hipoclorhidria (falta de ácido clorhídrico); la bacteria H. pylori aprovecha esta baja acidez para infectar o proliferar. A continuación, aunque los niveles de acidez vuelvan a la normalidad, sobrevive gracias a su capacidad para escarbar en la mucosa gástrica y permanecer “escondida”; y también a su capacidad de producir sustancias (biofilms o enzimas como la ureasa, que transforma la urea en amoniaco) que neutralizan la acidez y le proporcionan protección.
Otras teorías apuntan a que el H. pylori ya vive en el estómago de ciertas personas de manera natural al poder resistir el bajo pH del ácido clorhídrico; de hecho, se le atribuyen funciones de limpieza al ayudarnos a digerir células muertas o dañadas del estómago. Incluso se ha demostrado que protege frente a autoinmunidad intestinal (enfermedad de Crohn, colitis ulcerosa) o estomacal (estudio). Sin embargo, otras teorías apuntan a que estos beneficios o protecciones en las personas infectadas es porque viven en hábitats “más sucios”, y que es el entorno y la exposición a microbios lo que las protege (hipótesis de la higiene).
Uno de los grandes problemas surge cuando vivimos en un constante estado de estrés (distrés) que acaba elevando los niveles de cortisol, lo cual a su vez induce un aumento del ácido clorhídrico de hasta 1.000 veces superior a lo normal y que, además, es constante prácticamente durante las 24 horas del día. Esto impide que el H. pylori suba a la superficie a realizar su trabajo de limpieza, se quede relegado en las capas celulares profundas de la pared estomacal y comience a erosionar esas células para poder sobrevivir, lo cual provoca lesiones (úlceras).
Sea como fuere, si la presencia de H. pylori está causando problemas (aquí la clínica manda sobre las analíticas), entonces habrá que tratarla: no tanto para eliminarla, sino para devolverla a sus niveles normales y recuperar la eubiosis o equilibrio de la microbiota, ya que la mayoría de veces suele haber otras infecciones que la acompañan (parasitosis, SIBO, IMO, candidiasis, etc.) y que también hay que solucionar.
Síntomas
Estos son algunos de los síntomas digestivos más habituales que acompañan a la infección por H. pylori:
gastritis y úlceras pépticas en el estómago o la parte superior del intestino delgado;
sensación (intermitente o constante) de ardor o dolor de estómago, especialmente con el estómago vacío, o sea, entre comidas, por la noche o al despertarte. Es normal, por tanto, sentirse mejor al comer, beber o tomar antiácidos (no es la solución ya que necesitamos una buena acidez para evitar nuevas infecciones y buenas digestiones);
- reflujo y acidez;
eructos y gases;
mal aliento, halitosis;
hinchazón;
náuseas y vómitos;
falta de hambre;
pérdida de peso sin razón aparente;
síndrome del intestino irritable.
Pero también hay síntomas extradigestivos que pueden ser a causa de infecciones crónicas por Helicobacter pylori, ya que el daño que produce dicha bacteria en la mucosa y las células productoras de ácido y factor intrínseco (células parietales u oxínticas) acaba facilitando la aparición de otras infecciones y sus consecuencias. Por eso es normal que haya otros tipos de disbiosis (SIBO, IMO, candidiasis, colon irritable…) a la vez que H. pylori. Los principales síntomas o alteraciones extradigestivos son:
anemia;
acné, rosácea y otros problemas de piel;
deficiencias de hierro, B12 o B9 (folato);
dolores de cabeza y migrañas;
cansancio y fatiga crónica;
enfermedades autoinmunes, especialmente hipotiroidismo;
ansiedad, depresión y enfermedades neurodegenerativas (Alzheimer y Parkinson entre otras);
autoinmunidad, especialmente de tiroides (Hashimoto, Graves Basedow);
alteraciones hormonales.
H. pylori, autoinmunidad y tiroides
Es tan habitual esta relación que en un estudio en que comparaban las tasas de infección por H. pylori entre personas con autoinmunidad y problemas tiroideos, el 86% de las que padecían problemas tiroideos autoinmunes dieron positivo en H. pylori, mientras que solo estaba presente en un 40% de las que tenían problemas tiroideos no autoinmunes y en un 45% de las que tenían autoinmunidad pero no problemas tiroideos.
Pruebas de diagnóstico
Aunque pueden hacerse endoscopias con biopsia, tests de sangre y heces, el más utilizado es el test del aliento por ser poco invasivo y muy fiable.
Tratamientos para el H. pylori
Como veíamos antes, casi siempre que hay H. pylori suele haber otros tipos de disbiosis, por lo que un buen acercamiento es llevar una alimentación antiinflamatoria, generalmente moderada-baja en almidones y a veces moderada-baja en FODMAP (sin excesos de fibras fermentables), ya que un 15-20% de los almidones (estudio) y prácticamente toda la fibra no son digeridos y, por tanto, se convierten en alimento para las bacterias y otros microbios (cuando justamente estamos intentando reducirlos). Además, el exceso de fibra impide la absorción de otros nutrientes (hierro, zinc, vitamina B12, B9 o folato…), lo cual ya suele ser un problema en persona con disbiosis, H. pylori, hipoclorhidria… Sin embargo, si tienes un sobrecrecimiento intestinal de arqueas o IMO (Intestinal Methanogen Overgrowth), no conviene eliminar toda la fibra para no empeorar el estreñimiento asociado a estos productos de metano o metanógenos.
Por supuesto, es crucial eliminar todos los alimentos procesados, dulces, refrescos, endulzantes naturales y edulcorantes artificiales, incluidos los polioles (eritritol, xilitol, manitol, etc.), ya que generan más disbiosis, dan gases, diarrea, etc.
Igualmente, si hay gastritis o mucha sensibilidad estomacal, suele ayudar eliminar o reducir considerablemente la cafeína, las bebidas carbonatadas, el picante, los encurtidos (pepinillos y otros preparados en vinagre) y otros alimentos que causen irritación de la mucosa. En estos casos, ciertas sustancias como el regaliz desglicirrizado, el aloe vera, el malvavisco o el extracto de corteza de olmo pueden ser de gran ayuda para reparar la mucosa y aliviar los síntomas. No recomiendo nunca los “antiácidos” o inhibidores de la bomba de protones, como el Omeprazol, ya que aunque alivien a corto plazo, inhiben la producción normal de ácido clorhídrico y ya hemos visto el problema que tiene esto.
Aunque los tratamientos alopáticos convencionales son con antibióticos (amoxicilina, metronidazol…) acompañados de los ya mencionados inhibidores de la bomba de protones, en mi experiencia esto suele producir recaídas y nuevos episodios de disbiosis/infecciones intestinales e incluso en otras microbiotas (candidiasis, cistitis…). Por tanto, debemos siempre tratar estas otras coinfecciones (SIBO, SIFO, LIBO, candidiasis…) para que no entremos en un círculo vicioso.
Por otro lado, ciertos alimentos han resultado ser beneficiosos en ciertas personas para combatir el H. pylori: miel cruda (especialmente la miel de Manuca), té verde, pescado azul de pequeño tamaño por su aporte en omega-3, ajo y brotes de brócoli son algunos de ellos.
El estilo de vida también es crucial: el estrés crónico reduce los niveles de acidez, por lo que conviene incluir rutinas que lo contrarresten como paseos tranquilos en la naturaleza, yoga, ejercicios de respiración, mindfulness, un mínimo de 8 horas de sueño, comer despacio y sin pantallas, etc.
En lugar de los antibióticos farmacológicos, prefiero utilizar suplementos. Entre los más utilizados se encuentran antimicrobianos como el té Matula, la goma de lentisco (mastic gum) o el aceite esencial de orégano, generalmente acompañados de otra sustancias que ayuden a romper los biofilms, como la N-acetilcisteína (NAC). Además, suele ser beneficioso acompañar el tratamiento antimicrobiano con probióticos, especialmente lactobacilos como L. fermentum, L. casei y L. brevis.
Conviene mencionar que es normal sentir malestar, tener síntomas e incluso (re)brotes de problemas coexistentes al realizar el tratamiento antimicrobiano, ya que la muerte de estos microbios puede producir endotoxemia, inflamación y respuestas inmunitarias exacerbadas (reacción de Herxheimer).
¿Te queda alguna duda? Te leo y te contesto en los comentarios. Y si te ha resultado útil el artículo, no dudes en compartirlo.
Y recuerda: No solo nos alimentamos de lo que comemos, sino también de lo que nos nutre como personas.
¡Un abrazo!
Ramón
Hola, mi nutricionista me recomendó tomar el mastuc gum por mi gastritis eritematosa por H. Pilory , yo no tengo síntomas digestivos, pero sí bajo hierro e hipotiroidismo, entonces compre mastic gum de 1000mg de Jarrow y llevo 2 días y con cada toma (1 hora antes del desayuno) siento que me arde el estómago todo el día, no sé si esto es normal, o es la marca o cantidad? La verdad que me costó mucho traer ese suplemento a mi país, sería una pena dejar de tomarlos. Ojalá puedas responderme.
Hola, Emilia:
Esta pregunta le corresponde a tu terapeuta 🙂
Gracias y que te mejores pronto.
Un saludo,
Hola Ramon
Tengo infecciones de orina recurrentes y tengo helicobacter pylori. ¿Crees que puede estar relacionado?
Hace 2 años que cambie mi alimentacion (sin gluten sin azucares, sin lactisa)pero no hay forma de curarme.
Que puedo hacer?
Hola, Elena:
Sí, por supuesto que están relacionados: aunque sean patógenos que se manifiestan en zonas diferentes del cuerpo (sistema genitourinario vs sistema digestivo) la inmunidad y las diferentes microbiotas (especialmente la intestinal) son clave en la regulación de ambos problemas. Necesitas verte en consulta personalizada. Si te interesa, puedes escribirme a info@ramonzelada.com para pedir cita. Hay cierta lista de espera pero si no puedo recomendarte otras profesionales.
Gracias,